Quercus ilex (encina) es un árbol de la familia de las fagáceas. Otros nombres vulgares con los que se conoce a la encina son carrasca, chaparra o chaparro. Es un árbol perennifolio nativo de la región mediterránea
de talla mediana, aunque puede aparecer en forma arbustiva,
condicionado por las características pluviométricas o por el terreno en
el que se encuentre.
Es un árbol de talla media, que puede llegar a alcanzar de 16 a 25
metros de altura. En estado salvaje, es de copa ovalada al principio y
después va ensanchándose hasta quedar finalmente con forma
redondeado-aplastada. De joven suele formar matas arbustivas que se podrían confundir con la coscoja (Quercus coccifera) y, en ocasiones, se queda en ese estado de arbusto por las condiciones climáticas o edáficas del lugar.
Las hojas son perennes
y permanecen en el árbol entre dos y cuatro años, con una media de 2,7
años. Coriáceas y de color verde oscuro por el haz, y más claro y
tomentosas por el envés, están provistas de fuertes espinas
en su contorno cuando la planta es joven y en las ramas más bajas
cuando es adulta, careciendo de ellas las hojas de las ramas altas. Por
eso a veces recuerda, cuando es arbusto, al acebo.[2]
El envés de las hojas está cubierto de una borra grisácea que se
desprende al frotarlas y por la que se puede distinguir fácilmente las
encinas jóvenes de las coscojas, cuyas hojas carecen de ese vello y son
de un verde vivo en el envés. Estas hojas, muy duras y coriáceas, evitan
la excesiva transpiración de la planta, lo que le permite vivir en lugares secos y con gran exposición al sol, como la ribera mediterránea.
La corteza
es lisa y de color verde grisáceo en los tallos; se va oscureciendo a
medida que crecen y, alrededor de los 15 o 20 años, se agrieta en todas
direcciones, quedando un tronco muy oscuro, prácticamente negro.
La encina es, como el resto de las especies del género Quercus, una planta monoica, aunque presenta cierta tendencia a la dioecia (pies con preponderancia de flores masculinas o femeninas). Sus flores masculinas aparecen en amentos,
densamente agrupados en los ramillos del año, primero erectos y
finalmente colgantes, que toman un color amarillento, luego anaranjado
y, al final, a la madurez, pardo. Se dan por toda la copa, aunque
preferentemente en la parte inferior y en algunos ejemplares con más
abundancia que las femeninas, por lo que estos pies son poco productores
de frutos.[3]
Las flores femeninas son pequeñas; salen aisladas o en grupos de dos,
sobre los brotes del año y en un pedúnculo muy corto, presentando en
principio un color rojizo y a la madurez un amarillo anaranjado. La
floración se produce entre los meses de marzo a mayo, cuando la
temperatura media alcanza los 20 °C y 10 horas de sol diarias, después
de un periodo de estrés. La dispersión del polen es principalmente anemófila, y en menor medida entomófila, durando entre 20 y 40 días según las condiciones meteorológicas. La alogamia
es el tipo de reproducción más frecuente, entre distintos individuos,
aunque también es posible la autopolinización con flores masculinas del
mismo individuo autogamia. Es frecuente que se produzca hibridación producida por factores como la alogamia, la separación de las flores y las condiciones climáticas.
Bellotas de la encina o carrasca
Las encinas se cultivan principalmente por sus frutos, las conocidas bellotas.
Son unos glandes de color marrón oscuro cuando maduran (antes,
lógicamente verdes), brillantes y con una cúpula característica formada
por brácteas muy apretadas y densas, que los recubren aproximadamente en
un tercio de su tamaño. Se distingue también de la coscoja la caperuza
de las bellotas, ya que en ésta recubre el glande hasta la mitad y el
exterior es punzante; no así en otras especies de Quercus
cuyas bellotas a veces son muy parecidas a las de la encina. Maduran de
octubre a noviembre y algunos años incluso en diciembre, por lo que la
caída de la bellota puede retrasarse hasta enero, aunque es poco
frecuente. La edad mínima a la que comienza a producir está condicionada
por las características medioambientales, situándose entre los 15 y los
20 años de la vida del árbol.
Como la inmensa mayoría de las fanerógamas, la encina establece relaciones simbióticas con diversos hongos del suelo formando micorrizas. Algunas especies de dichos hongos tales como las del género tuber (Tuber melanosporum, principalmente), son muy apreciadas en gastronomía.
El alto valor de los mismos ha generado una industria en la que las
encinas son inoculadas y sometidas a tratamientos culturales (tubericultura) para favorecer la formación del ascoma, que es la conocida trufa.
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