miércoles, 11 de diciembre de 2013


Las marismas de Doñana


Marismas de Doñana
Marismas de Doñana
Río arriba, tras los cotos y bordeada por una franja de húmedos pastos llamada vera, Doñana nos ofrece una inmensa marisma que, sin duda, constituye el ecosistema más extenso y más frágil de todo este conjunto natural. 

En primer lugar advertimos una zona de marisma más elevada, seca y salina, que se cubre de agua sólo unos tres meses al año y en la que predominan vegetales amantes de la sal y con pocas necesidades de agua. Son los almajos, que forman con sus raíces pequeños montículos que pueden sobresalir del agua y en los que patos y gallaretas hacen sus nidos.

En segundo lugar, ocupando una superficie menor y más baja, se encuentra la marisma húmeda, que conserva aguas, menos saladas, casi la mitad del año. Esta marisma se cubre de una vegetación de castañuelas y bayuncos y a sus pastos acuden gamos y ciervos. En estas aguas crían las carpas, se cobijan las agujas colinegras y los ánsares invernantes y anidan fochas, cigüeñales y fumareles.

Entre ambas marismas -seca y húmeda- existen diferencias de altura de uno o dos metros y se forman, por una parte, pequeñas islas que nunca se inundan, llamadas vetas y, por otra, zonas que retienen agua durante la mayor parte del año que reciben el nombre de lucios.

Vetas y lucios

Las vetas son las zonas más elevadas de la marisma y casi nunca se inundan. En ellas se refugian de las inundaciones la liebre, el ratón o la vaca, y anidan los patos entre una vegetación de cardos.

Los lucios, por el contrario, son zonas bajas y encharcadas en medio del almajal salado. En ellos aún queda agua cuando toda la marisma está seca. Por tanto, estas lagunas marismeñas funcionan como auténticos oasis en medio del desierto estival.

Al lucio de Mari-López, al del Membrillo o al de los Ánsares acuden con las calores estivales flamencos, ánades reales y ánsares. Cuando finalmente los lucios se secan, dejan tras de sí una huella de blanca y brillante sal.



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